DESDE LA TIERRA
Fenavit, los bolivianos que construyen
Fue una grata sorpresa encontrar a tantos paceños, cruceños, tarijeños, potosinos, orureños y chuquisaqueños en el goce del vino y del singani, de los bailecitos y guitarreadas, del durazno y del membrillo en la última Feria Nacional Vitivinícola, realizada en Camargo entre el 3 y el 5 de marzo pasado.
Quizá porque la pandemia nos tuvo tan encerrados, el torrente de turistas desbordó los hoteles y alojamientos en la ciudad cinteña. Amables dueños de casa abrieron sus hogares a los forasteros para que nadie quede a la intemperie. En cada esquina encontramos amigos, artistas, periodistas, historiadores bolivianos y extranjeros, gestores culturales, interesados en este encuentro que es el más grande de Bolivia.
Además de los visitantes, llegaron a la ciudad expositores de vinos y singanis de una treintena de municipios, esparcidos en la franja de los valles bolivianos. La XII Fenavit fue responsabilidad de sus directivos Bonifacio Budia, Marcela Mendoza y contó con el respaldo de organizaciones campesinas, de las Bartolinas de Nor y Sud Cinti, de la Alcaldía, del Concejo Municipal y de la Gobernación. También llegaron el presidente Luis Arce y varios viceministros, diputados y senadores.
La feria reúne a productores de uva, a bodegueros, a comerciantes, pero también abre un ciclo interesante al turismo con el sello propio de uno de los paisajes más bellos de Bolivia: los Cintis. Desde hace mucho soy una de las fanáticas de Villa Abecia, Camargo y los recorridos por los cerros rojos que llegan hasta Cotagaita, Tupiza y ofrecen las más deliciosas vacaciones en clima templado.
En el programa hubo jornadas académicas, visitas a los viñedos más emblemáticos como San Roque, San Pedro Mártir y la histórica Sagic, la Casona de Molina, o catas de lujo como en la bicentenaria Hacienda Isuma San Remo con sommelier de alta experiencia. Los visitantes tuvieron ocasión de pisar la uva mientras sonaban las hermosas coplas de la vendimia; de seguir comparsas de bailes carnavaleros por las calles camargueñas. Al atardecer se podía pasar por la vinoteca de los Vacaflores (cuyo singani fue escogido por Gusto, La Suisse y Bronze); disfrutar de la gastronomía lugareña e internacional o asistir a conciertos hasta la madrugada.
El especialista en Gestión Cultural Guillermo “Willy” Cardona organizó el encuentro de investigadores interesados en el significado de los Cintis desde las épocas prehispánicas. La presencia de programas y de cátedras de la Unesco y de organismos internacionales subrayó la importancia de la zona para el desarrollo del turismo cultural y de las industrias culturales.
Gloria Cazal y otras profesionales en turismo y en hotelería prepararon recibimientos y agasajos a los visitantes para que todos se sientan bienvenidos. La mayoría de los anfitriones estuvo a la altura del acontecimiento, que empezó en 1964 pero que estuvo torpedeado por el covid, como otras festividades. Racimos de uva moscatel, de la criolla, de la vischoqueña (original de Bolivia) pasaban de mano en mano, igual que dulces de membrillo, frutilla, frutas rojas, higos, duraznos, artesanías y tejidos.
Entre las otras sorpresas fue encontrar a citadinos que han decidido afincarse en los Cintis. Sobre todo, fue grato entrevistar a jóvenes camargueños universitarios que retornaron a su ciudad para apostar por la industria del vino y por el ecoturismo y el turismo enfocado en las particularidades del lugar.
Para mí, como escribí hace tiempo y reitero, el futuro de Bolivia está en esa zona, hacia el suroeste del país. Un núcleo que estuvo y está relacionado con las minas de occidente y mira al Pacífico, y con las llanuras y con el Chaco y las zonas gasíferas y mira al Atlántico. Fue además el lugar de encuentro de la fortuna minera de Simón Patiño y el primer gran intento agroindustrial de familias tradicionales con la creación en 1925 de la Sociedad Ganadera e Industrial de los Cintis (Sagic). De los Cintis salió la primera experiencia industrial del azúcar y la maquinaria que compró Ramón Darío Gutiérrez para lanzar el Ingenio Azucarero San Aurelio, con el respaldo económico del peruano paceño Simón Bedoya, fundador a su vez de la emblemática y centenaria Simsa.
Ahí el país se une con diferentes experiencias y los habitantes superan la tensión regional. Además, la geografía, el correr de los ríos Chico y Grande, las montañas, la puna, los yungas y el inicio hacia las planicies, es el aviso de que esta patria es más grande que los intereses mezquinos de unos cuantos.
Una vez más, alejarse de la plaza Murillo y sus alrededores y de las voces del odio y del resentimiento, refresca la confianza en el futuro de la Bolivia fundada en 1825.