Museo de Antigüedades Moisés Cruz Infante un legado para Camargo

El Museo de Antigüedades Moisés Cruz Infante, en Camargo, va camino a cumplir medio siglo de vida. Desde que abrió sus puertas al público, en marzo de 1973, ya transcurrieron 46 años de un esfuerzo privado digno de aplaudir.

La aventura comenzó con el profesor Moisés Cruz Infante, que falleció en 2006, y después continuó con su hijo, Jimmy Cruz, quien está dispuesto a seguir la senda de su padre, aunque para ello deba de hacer frente a muchas necesidades.

Antes de aquel mes del 73, en su domicilio particular, don Moisés ya disfrutaba de coleccionar antigüedades; ¿su pasión?: la filatelia (afición por coleccionar y clasificar sellos, sobres y otros documentos postales, así como estudiar la historia postal), los billetes y la numismática (estudio de las monedas y medallas antiguas).

Una visita al museo

El museo consta de tres pequeñas salas, que en realidad son pequeñas habitaciones que los miembros de la familia tuvieron que dejar de usarlas personalmente para que ahí se expusieran las antigüedades.

El certificado de nacimiento es un diploma de reconocimiento que hizo el gobierno de Hugo Banzer Suárez, el 3 de marzo de 1973, en ocasión de celebrarse la IV Feria Exposición Nacional Vitivinícola en Camargo.

De hecho, la visita guiada comienza por ese documento, que está colgado de la pared en la primera sala, para que el visitante tenga constancia de que está en medio de una colección que enseña la historia de Camargo, de los Cintis y el país.

Girando hacia la izquierda, los ojos recorren una serie de cuadros de pintura original de la época colonial y republicana sobre lienzo y lata. Aunque hay algunos muebles en exhibición y un reloj de sol, la sala se llama “La Pequeña Pinacoteca”, aclara Jimmy Cruz.

El siguiente encuentro es con la Sala de Objetos. Allí caben una serie de elementos que remonta a los visitantes a diferentes épocas, incluso a la prehispánica, pues el museo tiene una colección de cerámica de la cultura Uruquilla, que fue encontrada en el Valle de Cinti.

Los frascos de farmacia, una variedad de balanzas de joyería y de farmacia, además de las achupallas (medidas de diferente peso que se utilizaban en el comercio), refieren a principios de la república.

Luego están las máquinas de coser, de modelo y marca variada. La colección de billetes, que pudo ser más grande si es que don Moisés no hubiese sucumbido a la tentación de unos curiosos que quedaron encantados con sus muestras y se las compraron. Y la porcelana, otra afición de él, aunque de ejemplares solo hay una jarra y un plato conmemorativo.

Colgada de la pared está un facsímil del Acta de la Independencia de Bolivia y un mapa con las pérdidas territoriales, que infunden patriotismo en un espacio donde el paso del tiempo está sellado en objetos. Una espada del Ejército de Bolivia de 1880 recuerda la libertad costó sangre.

Lámparas de minería con carburo, estribos de caballo de metal y madera, lámparas que funcionaban a kerosene o aceite, además de una diversidad de chapas, recuerdan la vida en las minas y de los cinteños en su cotidiano caminar.

Hay una interesante colección de herramientas para fabricar toneles que hoy no se utilizan más; ligadas a la variedad de planchas y grifos, reflejan la estirpe del Cañón Colorado.

Un muestrario de cucharas de plata fina de Potosí y una diversidad de monedas, entre ellas una de 1807 de la Corona española, remontan a la riqueza de la Villa Imperial, cuyo esplendor se refleja en postales de 1935.

La tecnología de años pasados se patentiza en la colección de máquinas fotográficas y relojes, además de una proyectora de cine de 16 milímetros.

El siguiente paso es la Sala 3, de Armas y Biblioteca, aunque para ello hay que volver a pasar por la Sala 1. A primera vista, en ese pequeño cuarto hay una variedad de objetos, unos pegados a otros, pero Jimmy inmediatamente hace que uno preste atención a las armas que están pegadas a la pared. Dice que todas corresponden al tiempo que corre desde la Guerra del Chaco.

A su lado, una fila de candados bien dispuestos, de grande a pequeño o viceversa; en la pared de enfrente, las llaves de tubo y otra colección de candados de varilla, que los herreros de la región solían fabricar en tiempos antiguos.

Un estante de libros en el que destacan varios tomos de la Historia de España escrita por Benito Pérez Galdós, en 1923, y un armonio se confunden con los objetos de metal. El guía aclara que su padre dejó una biblioteca de 1.000 obras, pero no se exhiben por falta de espacio.

Colgada del techo, y con poca visibilidad, hay una balanza de 1693; el año está grabado en la varilla principal y solo su lectura ya impresiona. Más abajo, una pequeña vitrina de cristalería enseña el pasado reciente.

Junto a todos estos objetos y otros está una pequeña hemeroteca con periódicos desde 1850 y documentos antiguos del partido de Pilaya y Paspaya, que después pasaría a llamarse provincia de Cinti.

La pequeña recopilación contiene contratos de trabajo, escrituras de venta y procesos judiciales.

Y otra vez los fierros, una colección de chapas de puertas grandes de bodegas e iglesias impresiona por su tamaño inusual para estos tiempos.

En esta sala no está exenta la tecnología: las máquinas de escribir y los teléfonos dan cuenta de la invención del hombre en el mundo. Una máquina de moler café y una cocina metálica “sofisticada”, de leña, junto a una colección de topos de plata que utilizaban las mujeres con acsu en Potosí, cierra una muestra de valiosos objetos que retrotraen la historia.