SISTEMA DE DEFENSA DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
Los fuertes de Santa Elena
Por Luis Alberto Guevara López
Entre los años de 1814 y 1816, el comandante Vicente Camargo encabezó un movimiento libertario en la región de los Cintis secundado por indígenas, criollos y mestizos, algunos de ellos provenientes de las Provincias Unidas del Río de la Plata, hoy Argentina.
En este periodo, Camargo protagonizó nueve batallas. Su bravura y coraje lo llevaron a ser catalogado por el comandante de las fuerzas realistas, Joaquín de la Pezuela, como “el más peligroso” entre los que se habían sublevado en ese entonces: Manuel Ascencio Padilla, Juana Azurduy, Miguel Lanza, Ignacio Warnes, el cura Muñecas, José Ignacio Zárate, Miguel Betanzos y Eustaquio “Moto” Méndez.
Preocupado por el poderío de Camargo y de los efectos negativos que podría causar a los realistas que necesitaban tener expedita la comunicación entre Argentina y el Alto Perú, De la Pezuela decidió dirigir en persona el plan de ataque, posesionó su cuartel general en Cotagaita desde donde ejecutó su persecución contra los patriotas de la Republiqueta de Cinti.
Desde luego, hubo varios acontecimientos en torno a esta revolución, pero hoy quiero centrarme en un documento que dio pie a una valiosa localización, única en el país, que se constituye en un importante testigo de las cruentas batallas que libraron los patriotas de la región de los Cintis.
La carta
El 20 de febrero de 1815, el jefe realista Martín de Jáuregui escribió una carta para informar de una batalla que había sostenido su ejército con las tropas de Vicente Camargo en Santa Elena. Las escaramuzas se desarrollaron durante cuatro días discontinuos; la primera parte, de dos días seguidos y la segunda, de otros dos días continuos, pero después de un descanso de dos más.
En su nota daba cuenta de que “en el trayecto descubrieron los fuertes en las alturas de Santa Elena”. También dice que los había visto en la cordillera de Quisquira y en el cerro Paititi, donde también se habían cavado trincheras.
Este documento llegó a mis manos cuando estaba realizando una investigación sobre los acontecimientos que se suscitaron durante la Guerra de la Independencia en el priorato de Pilaya y Paspaya, hoy provincias de Nor y Sud Cinti.
Desafío
Desde la primera vez que leí este informe, que debió ser entre 2010 y 2014 y que después quedó plasmado en el libro de mi autoría titulado ‘Revolución en los Cintis 1810-1820’, me quedó la intriga por saber si efectivamente estos elementos de guerra aún estaban presentes y se clavó en mí un desafío: recorrer esos lugares y, si la suerte me ayudaba, encontrarlos…
Fuertes y trincheras
En los documentos de Joaquín de la Pezuela, la carta está nombrada como “Parte de los coroneles Enezarro y Jáuregui de los encuentros que tuvieron en las inmediaciones de Santa Elena con los indios insurgentes que se hallaban bajo el mando del caudillo Camargo y otros en los días 12, 13, 16 y 17. Cuartel General de Culpina y febrero veinte de mil ochocientos quince”.
Este valioso documento, que no solo narra las acciones de la guerra y proporciona detalles sobre el número de batallas, también hace referencia a la logística de guerra que desplegó Camargo, como la construcción de fuertes y trincheras para repeler los ataques de los realistas.
Datos precisos
“Al día siguiente, lunes 13 de febrero, el ejército realista levantó su campamento a las 5 de la mañana y caminó por las alturas del cerro Paititi hasta llegar al cerro de Quisquira donde estaba ubicada la primera fortaleza de los patriotas”, se narra en el libro ‘Revolución en los Cintis 1810-1820’.
Los fuertes y las trincheras no estaban en un solo lugar. De acuerdo al informe de Jáuregui, se localizaban en los cerros Aukapuñuna, Paititi y Quisquira, y en Santa Elena. Según la apreciación del jefe realista, esas construcciones “fueron preparadas durante más de un año” por los patriotas.
No fue todo. Durante los cuatro días que duró la batalla en Santa Elena, los realistas realizaron varias inspecciones por inmediaciones del pueblo y encontraron ranchos que hacían de cuarteles y en uno de ellos “un gran depósito de galgas y montones de piedra cuadrada para hondas, sus trincheras y parapetos”. Ese arsenal dejó “admirados” a los españoles según reconoció el propio Jáuregui “porque todo indicaba que se había invertido mucha gente en su trabajo y formación”, se detalla en ‘Revolución en los Cintis 1810-1820’.
Algún día…
Debo confesar, una vez más, que los elementos de guerra detallados líneas arriba no se desprendieron de mi mente, y que siempre he llevado presente que algún día tenía que caminar por esos cerros empinados en busca de lo que podrían ser los testimonios de primera mano de las batallas de la Guerra de la Independencia en la región de los Cintis. También, la única evidencia de esta clase de construcciones en el país.
Momento esperado
Finalmente, la misión tan esperada se presentó. Motivado, además, por la próxima celebración del Bicentenario de la Independencia de Bolivia (6 de agosto de 2025), gestioné apoyo de transporte y estadía ante el alcalde de Villa Charcas, profesor Juan Martínez, quien desde el primer momento acogió mis motivaciones y me brindó todo el respaldo que necesitaba.
La misión, de hecho, no la iba a llevar a cabo solo: Como en todas las oportunidades que empecé a buscar exploración y aventura por el territorio de los Cintis, mis hijos estuvieron a mi lado. Esta misión la encaré con Andrés Ernesto Guevara Villalpando, y en Villa Charcas se sumó Jhannet García, responsable de Cultura de la Alcaldía.
El viaje
Viajamos el lunes 29 de abril desde Villa Charcas con destino a Santa Elena. Mis emociones eran grandes, pero estaban contenidas pues no quería causar muchas ilusiones y para matizar mis temores. Aclaré a mis compañeros de viaje que este primer ingreso era considerado de exploración, que necesitábamos conocer el terreno para que en una próxima oportunidad pudiéramos tener una incursión planificada.
Tomamos un vehículo Noah, de aquellos “chutos”, al mando de nuestro conductor, Adolfo Padilla con quien, luego de hacer la parada tradicional en la Apacheta del Abra de ingreso a Santa Elena, ch’allamos y pedimos al Señor de Quisquira que guiara nuestros pasos. A sugerencia de García, Adolfo tomó el camino de la cordillera para llevarnos directamente hacia Quisquira, por un camino angosto que va por la cima de los cerros empinados.
La vista era espectacular a diestra y siniestra, pero no había modo de perderse en ella.
Teníamos que estar atentos a cualquier indicio que denotara la construcción de una pared de piedra (eso es un fuerte) o a promontorios de tierra que podrían indicar la presencia de trincheras.
En el cerro Paititi
Ante una primera sospecha, paramos y recorrimos parte de un cerro. No encontramos nada. Continuamos y, de pronto, avisto una línea de piedras bien formada. Para nuestra sorpresa, estaba a la vera del camino. Bajamos del vehículo y nos topamos con el fuerte del cerro Paititi.
Lo recorrimos en parte, subimos a lo alto del cerro y observamos que el fuerte era largo, aunque no de línea recta, y que iba en dirección suroeste bordeando el cerro, tomando como punto de referencia a Santa Elena.
Seguimos caminando y llegamos a un lugar donde el cerro era más escabroso y empinado. Desde ese sector se veía otro fuerte hacia abajo y me animé a bajar. Pedí que Andrés y Jhannet se quedaran por cuestiones de seguridad. Llegué al mencionado lugar y, en efecto, me topé con un fuerte de pared mucho más ancha y regresé ante el equipo para mostrar las imágenes.
Sin lugar a dudas, habíamos localizado un fuerte prácticamente intacto, pues no se observaban derrumbes. Lo más probable es que en ese punto no se hubiera sostenido pelea alguna entre patriotas y realistas. Nos abrazamos y felicitamos; ch’allamos el momento con una cerveza, pero había que seguir adelante con la finalidad de llegar a Quisquira…
Hacia Quisquira
El viaje continuó por un camino angosto y de cerros empinados hasta que llegamos al cruce de la ruta Quisquira-Santa Elena, de donde Andrés y yo solos tomamos un sendero a pie con dirección noroeste. Jhannet se quedó con el chofer por razones de seguridad.
Ya habían pasado las 14:00 y apresuramos la marcha por la falda de los cerros, pero siempre atentos a lo que estábamos buscando, hasta que llegamos a la casa de Pastor Mancilla Flores, vecino de la comunidad Quisquira Alta, a quien le comentamos que pretendíamos llegar a un cerro que se divisaba al fondo. Nos aconsejó que lo mejor era tomar otro sendero, que estaba más abajo.
Empezamos a bajar recto por la “ch’acanchana” (sendero improvisado que se hace al andar) en dirección oeste y, al encontrar la senda, continuamos hacia el norte con más prisa que nunca, pues el sol inexorablemente avanzaba hacia el ocaso.
“¡Son los fuertes!”
Ingresamos a una quebrada, subimos una pequeña pendiente y al salir del Abra nos topamos con un campo de piedras que, al verlos detalladamente en medio de los arbustos, dije: “¡son los fuertes!”. No era uno solo, sino varios, posicionados unos detrás de otros, que formaban paredes casi de línea recta. Pero también había construcciones de paredes cuadradas o rectangulares que dan a entender que eran habitaciones o espacios de refugio.
No cabe duda de que se trataba de los vestigios que estábamos buscando. Los fuertes están construidos con alturas de más de un metro y un ancho de aproximadamente esa misma dimensión. Están en un lugar de mucha piedra, el piso es duro y sin huellas de haber sido un área agrícola como los que hay en la zona.
Las paredes en algunos sectores mantienen su formación original, pero en otros hay derrumbes como resultado –me imagino– del movimiento que generaron los enfrentamientos, o por colmatación y presión de la carga de agua y tierra a lo largo de 210 años de presencia.
Otra vez un abrazo emocionante entre Andrés y yo selló este maravilloso e inolvidable momento. Tomamos fotos, hicimos videos, volamos el dron en un disfrute corto, pero de recuerdo permanente.
Más sorpresas
Podíamos haber detenido la expedición ahí; sin embargo, nuestras emociones eran incontrolables y decimos seguir camino hacia el norte. Algo me decía que podíamos tener más sorpresas y, tras haber recorrido unos 10 minutos metiéndonos incluso por medio de los arbustos, porque habíamos perdido la senda, nos topamos con otro fuerte que estaba a nuestra derecha, prácticamente en nuestra cara. Trepamos esa pared alta y gruesa de piedra. Habíamos encontrado otro campo de batalla.
Todo el sistema de defensa que había diseñado Vicente Camargo estaba frente a nuestros ojos. Viajamos en el tiempo, especialmente yo, que había leído tanto detalle de la Guerra de la Independencia en la región de los Cintis; no me fue difícil imaginar a los patriotas luchando desde la parte superior del cerro con fusiles, palos warak’as (hondas) protegiéndose en los fuertes, mientras los españoles atacaban con cientos de armas de fuego desde abajo.
Me imagino que el bullicio debió ser ensordecedor, pero creo escuchar a nuestros héroes gritar a todo pulmón: “Tablas ladrones, ya están en la bolsa, ahora lo veremos”.
En este espacio también hay fuertes, unos detrás de otros, con varios metros cubiertos de vegetación. Unos perfectamente conservados; otros, con derrumbes por la acción de la guerra o del tiempo por la colmatación.
Misión cumplida
La misión fue cumplida: encontramos tres escenarios de guerra que se componen de cientos de metros de fuertes que fueron construidos por los patriotas como mecanismo de defensa ante la arremetida de los españoles.
Además, nos topamos con algunas pequeñas piedras cuadradas y rectangulares que, con seguridad, eran la munición que utilizaban los patriotas para luchar por la libertad que se había consolidado el 6 de agosto de 1825 con la creación de una nueva patria libre de los españoles.
¡Viva Bolivia!
¡Viva Vicente Camargo!
¡Viva la región de los Cintis! •